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© Federico Gama

Texto y fotos de Federico Gama.

Entre noviembre y diciembre de 2004 me sentí obligado a iniciar un nuevo proyecto porque lo que estaba pasando frente a mis ojos era realmente extraordinario y le daba una continuidad muy sólida a los temas que he desarrollado en los últimos quince años: la migración cultural, la identidad y la vestimenta como una forma de expresión.

Domingo a domingo veía pasar de dos en dos, de uno en uno o en grupos a unos jóvenes muy peculiares “de la Ciudad de México” que hacían un trayecto casi ritualizado: iban de la estación del metro Chapultepec a las inmediaciones del metro Tacubaya, y caminaban justo por la avenida donde hoy vivo como si me gritaran, “aquí estoy y ya no puedes evadirme”. Era evidente para mi que a los protagonistas de esa historia que yo quería contar desde hacía algunos años, la moda urbana los había cautivado.

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© Federico Gama

El domingo 13 de marzo de 2005 justo a mediodía inicié mi recorrido por las inmediaciones del metro Tacubaya como lo venía haciendo desde unos meses antes. Habitualmente empezaba en Tacubaya, continuaba en los alrededores del metro Pino Suárez y terminaba por la tarde en la Alameda Central, de acuerdo a lo que fuera encontrando en la calle sobre este proyecto que yo denominé Mazahuacholoskatopunk, y en cual me propuse retratar a los jóvenes indígenas que portaban los atuendos de las llamadas culturas juveniles o tribus urbanas.

Ese día estuve acechando con mi cámara y un zoom 70-300 mm a los jóvenes que circulaban entre los juegos mecánicos de la Feria que se extiende entre el metro Tacubaya y el Mercado Cartagena. Me senté un rato en unos escalones, que dividen el parque en dos hasta que vi a un grupo de tres punks y me fui corriendo al lado opuesto de su trayectoria porque sabía que ellos iban a las loncherías que están en esa área a tomar cerveza y yo los podía enfocar de frente cuando regresaran o circularan por los callejones. Finalmente me senté sobre la barda de una jardinera donde podía ver los dos andadores o callejones para tener un buen punto de vista en ambas calles y hacer una composición interesante con los locales que estaban cerrados.

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© Federico Gama

Los domingos esos callejones de los alrededores del metro Tacubaya suelen ser más o menos solitarios en comparación con el bullicio que hay durante la semana. Esperé por más de veinte minutos y aquello era desolador, estaba un poco decepcionado porque pensé que ya no iban a regresar los punks hasta que los vi venir hacia mí, eran entre diez y quince. La espera había sido provechosa.

Me emocionó ver a esos jóvenes caminando desafiantes, dueños del lugar y de la escena, y aunque tomé mis precauciones para no ser detectado, sabía que no iba a pasar mucho tiempo para que ellos notaran mi presencia y también pensé que solo iba a tener la oportunidad de hacer cuando mucho cuatro disparos antes de que se dieran cuenta de que les estaba tomando fotos. Obviamente no quería ser descubierto por varias razones: ellos modificarían su actitud, no me dejarían tomar más fotos y además porque perdería “una gran escena”.

Este era el grupo de jóvenes más numeroso que había visto con las características que a mi me interesaban y en una atmósfera de los barrios peligrosos de la ciudad.

Disparé la primera foto cuando los tenía en la mira, cerré el plano sobre el grupo para abarcar al mayor número de ellos enfocando a los personajes del centro para desenfocar los primeros planos y el fondo porque era imponente ver como se desplazaban de manera uniforme, flexible y desafiante, como un cardumen, y yo quería dar en mis fotografías precisamente esa idea de seguridad y desafío. Cuando supe que tenía otra posibilidad, en fracciones de segundo abrí el plano para contextualizar el lugar donde caminaban y volví a disparar: ya habían pasado los primeros personajes de mi campo visual y enfoqué a los que tenía en primer plano pero añadí, en la parte superior de la imagen, la marquesina donde estaba escrito el nombre de una de las loncherías donde ellos tomaban cervezas y comían, “Escondido”, y además agregué a otro personaje, un hombre barbudo que se veía a lo lejos por el lado derecho del cuadro y que no tenía nada que ver con este grupo, pero quise incluirlo como una confrontación o contraste con estos jóvenes ya que este contexto, donde se desplazan los domingos, no les pertenece porque es un lugar donde de lunes a sábado conviven otros grupos y cumple otras funciones. Pensé que con esta composición podía jugar con la ambigüedad de los personajes en este espacio, con el texto que afirmaba que alguien está encubierto y con la imagen de ese personaje que apenas si se descubría en la parte derecha y que me han dicho que sintetiza la imagen de Cristo y que para ser sincero yo no lo imaginé así en ese instante pero cada día me convenzo más de que así funciona. Finalmente hice un disparo más a uno de los jóvenes que se acercó a la puerta de la lonchería, donde pensaban tomar sus cervezas y que -cruzado de brazos- esperaba viendo como ingresaban el resto de sus compañeros.

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En unos cuantos segundos sucedió lo que temía, me descubrieron, pero ya había hecho tres buenos disparos sobre el grupo, con la certidumbre o incertidumbre de haber logrado una buena foto, me refiero a esa sensación que nos invade a los fotógrafos cuando trabajamos con película y que nos obliga a correr al laboratorio para ver los resultados.

La aventura no había terminado. De inmediato me dijeron que no querían que les tomara fotos. No me fue difícil identificar al líder y acudí a él para ver si podía convencerlo de que se dejaran tomar una foto de grupo pero se negó rotundamente e indicó que nadie se dejara tomar fotos, aunque a mi las fotos posadas no me interesaban, sólo quería establecer una conversación con la intención de relajar un poco las cosas y tratar de explicarles para qué quería las imágenes. La situación era peligrosa y muy complicada para un fotógrafo en un callejón solitario un domingo por la tarde donde la policía prácticamente no existe, pero por el conocimiento que tengo de este grupo de jóvenes sabía que todo estaba bajo control. Ellos argumentaban que no les gustaban las fotos y que ya alguna vez les habían tomado algunas en el mercado de la Merced y que no se las entregaron y luego se las querían vender muy caras. Yo les expliqué que estaba interesado en la vestimenta actual de los jóvenes que venían de los pueblos a la ciudad de México a trabajar en la construcción para un proyecto de fotografía documental, pero eso les pareció tan extraño que sólo incrementó su desconfianza, argumentaban en mal español pero al estilo barrio: “No se hace. No bandas. No foto. No se hace bandas. No foto”.

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Ya no insistí. Me fui del lugar porque en ese tiempo yo trabajaba como editor en un diario y tenía que llegar a la junta editorial pero antes pasé al laboratorio y deje mi película para revelado. Entré a la junta con la única intención de que se terminará para poder salir a recoger los negativos.
Cuando vi las imágenes me di cuenta que había logrado una fotografía que definía mi proyecto: la escena parecía sacada de una película, era un retrato contextualizado en donde el personaje principal estaba rodeado de su propia tribu que lo hacían parecer fuerte, imponente.

Esa imagen la llamé “Escondido” y la historia de como hice esta foto ejemplifica muchas de las cuestiones que comprenden el proyecto Mazahuacholoskatopunk, porque como apunta Bruno Munari , “cada quien ve lo que sabe”, pero lo más interesante de este fenómeno es que las apariencias juegan también un papel importante y nos pueden confundir, entendiendo el término de apariencia en dos sentidos: como aspecto superficial de las cosas, que para este caso sería que ellos, desde su punto de vista conservan o tienen cuidado de mantener una buena imagen (o apariencia); pero también en el sentido de aparentar, es decir, parecer algo que no es, se visten como cholos, skatos, punks, emos y darks y no lo son. Ellos emplean el disfraz, vestuario o vestimenta dominguera para tener otra personalidad en el sentido de representación pero también como una característica individual y como una cualidad de persona satisfecha e interesante.

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© Federico Gama

Es decir, que se mezclan junto a las apariencias, la escenificación y la actuación para “esconder” el origen, porque en México no hay nada más bajo o peyorativo en la escala social que ser indígena con todo lo que la palabra implica: una persona sin educación, pobre y que viste mal. Estos jóvenes a primera vista, a los ojos no especializados, “son punks” y es precisamente una de las intenciones concientes o inconcientes de estos muchachos, la de parecer un joven urbano para no ser discriminado. Ellos se visten con estos atuendos para integrarse o “convertirse” de manera radical e inmediata a la vida urbana de la capital, es decir, quieren invisibilizar su origen trabajador e indígena y el vestuario de las culturas juveniles les permite el camuflaje perfecto para “actuar” (en el sentido de interpretar a un personaje) “la escena callejera” con lo más opuesto a un look indígena.

El atuendo les da una seguridad mágica a estos jóvenes, como al guerrero, al sacerdote o a las top models y así lo exhiben, con glamour (seguridad, fuerza, poder, elegancia y sofisticación). Los Mazahuacholoskatopunks son un grupo formado por jóvenes de muchos y muy variados pueblos nativos del centro del país donde se hablan también diferentes lenguas y que lograron identificarse en una serie de “atuendos personalizados” que de tan variados los unifica, les da estilo, aquí se entiende muy bien que el dandysmo no solo es de corte ingles. En lo único que son iguales es en su condición social: ser de los pueblos originarios de México lo cual significa que viven en la marginación y que están obligados a salir de sus lugares de origen hacia la ciudad para laborar como trabajadores de la construcción los hombres y como empleadas domésticas las mujeres: son personas sin visibilidad social.

En esta transformación o construcción de su identidad urbana, el Mazahuacholoskatopunk recupera cierta dignidad para la escena pública y su lenguaje corporal cambia y estos personajes actúan o se desplazan por las calles (prácticamente sólo los domingos, porque el resto de la semana trabajan todo el día) seguros, conquistadores, como modelos de pasarela. Pero cuando son descubiertos, cuando saben que el otro, el de la ciudad los descubre, es como si se les despojara del atuendo urbano y del poder que para ellos significa, entonces se desmorona el dandy y aflora el indígena tímido, desconfiando y temeroso.

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Cuando descubrí esto, la vulnerabilidad de la apariencia, resolví la manera de producir el proyecto y la forma de como presentarlo para darle visibilidad a este grupo “con la dignidad urbana que ellos se han construido en la ciudad”, no con la que el antropólogo o el político, el sacerdote, en resumen, las instituciones, consideran o creen que deben tener como si fueran menores de edad. “Dicen los antropólogos que cuando un indígena sale de su comunidad el indígena muere y eso no es cierto, aquí estamos”, dijo Bulmaro Ventura indígena mazateco del estado de Oaxaca en el Primer Foro sobre Indígenas Urbanos organizado por la Escuela Nacional de Antropología e Historia en 2009.

Con esta aseveración reafirmé lo que venía haciendo desde 2004: “igualar” de manera práctica y simbólica la actitud que proyectan los Mazahucholoskatopunk en la ciudad con la de los super modelos que acaparan las portadas de revistas y anuncios televisivos. Y para lograrlo tendría que documentarlos con el mismo tratamiento que se les da fotográficamente a las estrellas de cine (técnicamente trabajar con telefoto como se hace en las pasarelas) y difundir luego sus imágenes en los canales de la publicidad urbana exponiendo sus retratos en los anuncios espectaculares de la ciudad de México y precisamente en aquellas vallas que cubren las obras en construcción, con lo cual podría confrontar al “macuarro” (como se llama a los trabajadores de la construcción sin experiencia o principiantes) con su “álter ego urbano” el Mazahuacholoskatopunk que se desplaza seguro y conquistador los domingos por las plazas de la ciudad. Esta propuesta me permitiría también documentar fotográficamente las reacciones y relaciones que esta confrontación provocaría, y todo esto les daría también cierta visibilidad social.

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Haciendo un paréntesis debo aclarar que este proyecto ha tenido la fortuna de mostrarse en más de veinte exposiciones dentro y fuera de México, en museos y galerías, y ha participado en no menos de diez foros de discusión y conferencias en universidades, pero en todo este tiempo no se ha podido lograr exhibir como fue planeado en los anuncios espectaculares por el costo que esto representa, a lo más que llegó fue a ser el cartel de Fotoseptiembre 2005–un festival de fotografía que se organiza en la ciudad de México- y se exhibió en 50 parabuses en distintos puntos de la ciudad.

Definitivamente esto no hubiera sido congruente si no me hubiera convertido en el paparazzi de los mazahucholoskatopunks, esto es, si no le hubiera dado la importancia que se merecen estos jóvenes de ser tratados como estrellas de cine, es por ello que realicé este trabajo con telefoto, porque con ellos logré la estética o el aura de “inalcanzable” que tienen los modelos y las estrellas de cine. De tal forma que todas las fotos que hice para esta serie que titulé Top Models Mazahuacholoskatopunk fueron tomadas de esta forma. Por más de tres años, domingo a domingo, esperé en lugares donde no fuera obvia mi presencia y les tomé fotos a distancia para que ellos no se sintieran descubiertos, porque a mi me interesaba documentar ese lenguaje corporal que habían incorporado en sus días de descanso, esa dignidad de los jóvenes indígenas en la ciudad de México que por generaciones se les había negado.

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Para mi fue una oportunidad extraordinaria documentar el lenguaje corporal de un grupo social sin que interviniera o modificara la acción el hecho de sentir la omnipresencia de una cámara fotográfica (no olvidemos que la presencia de una cámara lo modifica todo, y para este caso no sólo se modificaría la acción, como sucede cuando se trabaja con gran angular y los personajes se ven obligados, cuando menos, a maquillarse un poco). En el caso de los Mazahuacholoskatopunk el acercamiento con gran angular los haría sentirse descubiertos , es decir, los descobijaría y quedarían desnudos, y su timidez estaría expuesta y de esta forma los habría “vulnerado otra vez”.

Existe una “contradicción extraña” en la peculiar vestimenta del Mazahuacholoskatopunk. Es notorio el placer o goce que tienen estos jóvenes por su atuendo, hay toda una parafernalia temporal y formal en su vestuario donde se llega muchas veces a la exageración o barroquismo que exalta cierto dandismo y glamour, por una parte, pero también está claro que no lo hacen con la idea de ser descubiertos por una cámara de cine, sino para ser anónimos, uno más en la ciudad, es decir, ellos “no quieren llamar la atención” y ese es uno de sus aciertos más efectivos porque la gente de la ciudad no los percibe como indígenas sino como jóvenes de las llamadas tribus urbanas que curiosamente también son discriminados en ciertos ámbitos y que algunos de estos grupos han hecho de esto su bandera.

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Sin embargo las pretensiones de los Mazahuacholoskatopunk son más metrosexuales que ideológicas, no van más allá de la pertenencia, ser parte del grupo de jóvenes indígenas, gruesos, rebeldes o vagos que van a bailar los domingos con sus iguales. El hecho de vestirse como cholos, skatos, punks, emos o darks los iguala en la forma con los otros jóvenes de la ciudad pero no los hace iguales, porque no comprenden ni les interesa, la ideología, ni la música, ni los territorios, ni las prácticas de esos grupos, pero por otra parte, el hecho de no pertenecer a estos grupos realmente ni compartir sus inquietudes les permite combinar o mezclar en su atuendo ropa de dos o tres subculturas juveniles, pero siempre, y eso es realmente interesante, con elementos de sus culturas de origen, es decir, con elementos indígenas y que son una suerte de lenguaje cifrado para identificarse entre ellos.

Si estos jóvenes vieran a un verdadero punk urbano sentirían, por una parte, cierta fascinación por el atuendo pero no se identificarían, porque a los punks verdaderos les faltarían los elementos culturales indígenas, pensarían que es raro y no podrían entablar conversación porque tampoco entenderían su lenguaje o jerga.

Mazahuacholoskatopunk es un proyecto que yo había intentado hacer desde 1996, obviamente estos personajes no tenían las mismas características de representación y actuación y ni siquiera yo sabía como se iba a desarrollar todo esto, pero me interesaban como un grupo que no tenían visibilidad social digna. Sin embargo mi conocimiento o acercamiento a este grupo de jóvenes inmigrantes de origen indígena y rural data de muchos años atrás , cuando yo era un niño y me daba cuenta como los jóvenes urbanos de las pandillas del barrio de Tacubaya tratábamos a los indígenas con cierta arrogancia por el simple hecho de que nosotros éramos originarios del D.F. y ellos no. Es por estas razones que yo nombré Mazahuacholoskatopunk a este proyecto y a estos jóvenes, porque ellos vienen de varias regiones y culturas. Hay zapotecos, mixtecos, otomies, ñañus, nahuas, por citar algunos, pero el barrio donde yo viví en mi infancia era el paso obligado de los grupos Mazahuas y en la avenida donde ahora vivo –que forma parte del mismo barrio- se estacionaban en línea los camiones que iban y venían de las regiones montañosa del poniente de la ciudad de México, de lugares como Toluca, Zitácuaro, Atlacomulco, El Oro, Lerma, etcétera, es decir, del territorio mazahua y otomí, así que el elemento indígena de todo este intricado cultural lo inicié simbólicamente con el grupo que mejor conozco y el hecho de que una de las imágenes mas importantes sea de Tacubaya hacen de este proyecto algo autobiográfico y autocrítico, porque mientras más exageren su vestimenta estos jóvenes más nos desnudan como una sociedad que discrimina y que destina a los indígenas a la marginación, de ahí la importancia de su visibilidad social con la dignidad que ellos mismos se han construido.

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© Federico Gama